Benjamín Prado, poeta, novelista y actor en ‘Los años nuevos’, 64 años: “El amor a los 60 se vive mejor que cuando eres joven, porque a estas edades todo es más meditado, más pensado”
Vips Séniors
Prado es autor de ‘Raro’, la saga de novela negra ‘Los casos de Juan Urbano’, o el poemario ‘Cobijo contra la tormenta’, por el que recibió el Premio Hiperión de Poesía
Además el escritor se ha estrenado como actor con buenas críticas en la serie ‘Los años nuevos’, de Rodrigo Sorogoyen, como el padre de uno de los protagonistas
Benjamín Prado, escritor.
A Bob Dylan le dieron el premio Nobel de Literatura en 2016 por hacer canciones que son pura poesía. El escritor Benjamín Prado (Madrid, 1961) comprendió que la poesía estaba unida al rock mucho antes. “Cuando empecé a hacer giras con músicos como Coque Malla o Sabina, me criticaban. Decían ‘eso no es poesía, es rock and roll’. Ahora todo el mundo lo hace”, comenta. Le parece muy bien porque “es una prueba de que las redes no han acabado con la poesía, la han rejuvenecido”, dice el autor, que considera que un libro “refleja a quienes lo leen, no solo a quien lo escribe”.
Poeta, novelista y ensayista, además de tertuliano y colaborador en medios de comunicación, Prado ha recibido el Premio Hiperión de Poesía, el de Andalucía de Novela, el Internacional de Poesía Ciudad de Melilla, y el de Ensayo y Humanidades José Ortega y Gasset, entre otros. El último, el Premio de la Cultura Comprometida, otorgado por la Asociación Arte y Memoria el pasado junio. “Mi obra tiene un cierto sentido de responsabilidad civil. Mi serie de novela negra revisa episodios de nuestra historia, recupera personajes olvidados, y cuestiona verdades oficiales”, cuenta.
No hay nada más bonito en la vida que aprender, y no hay edad para eso
Esta saga ya va por la séptima entrega con El anilllo del general (Ed. Alfaguara). Mucho por celebrar para un autor que, a sus 61 años, considera que “no hay nada más bonito en la vida que aprender. Y no hay edad para eso. Puede aprender uno a los 18 o a los 99”. Por eso le convenció la propuesta del director de cine Rodrigo Sorogoyen para interpretar al padre de uno de los protagonistas en la serie Los años nuevos. “Pensé que estaba loco, así que dije que sí”, cuenta.
Ha recibido hace poco el Premio de la Cultura Comprometida. ¿En qué diría que está comprometido su trabajo?
Yo suelo decir que no tengo ideología, tengo ideas. Ideas muy básicas de igualdad, justicia y defensa de la gente que tiene menos, que siempre es la que peor lo pasa. Tuve la suerte de hacerme amigo de Rafael Alberti cuando tenía 17 años, y él me enseñó que la cultura también puede tener una misión civil. Está muy bien escribir sobre atardeceres o montañas, pero también debe haber espacio para dar voz a quienes no tienen canales para expresar sus quejas u opiniones. Eso no define toda mi literatura, pero sí muchas cosas que he hecho, por un cierto sentido de responsabilidad civil. Por ejemplo, la serie de novelas protagonizadas por Juan Urbano, revisan episodios de nuestra historia, recuperan personajes olvidados, y cuestionan verdades oficiales.
¿Hay que cuestionar la información que recibimos?
Cuestionar es necesario. Pensábamos que con Internet tendríamos acceso libre a la información, pero ha sido todo lo contrario: se ha vuelto más difícil distinguir la verdad entre tanto ruido. Ahora te hablan cincuenta a la vez. Y el exceso de información, lejos de sensibilizarnos, nos ha insensibilizado. Hoy convivimos con las noticias más atroces, como lo que está pasando en Gaza, como si fueran anuncios de helados. Además, todo el mundo opina, todo el mundo es periodista, politólogo, fotógrafo, y eso ha creado una jauría difícil de desentrañar. El anonimato en redes me parece algo absolutamente insólito: para entrar en un hotel necesitas documentación, pero para insultar a alguien en redes basta con llamarse ‘el caballero plateado’.
¿Cree usted que se ha perdido el respeto a las voces expertas, sobre todo si son mayores?
Absolutamente. Hoy cualquiera dice cualquier cosa. Una estupidez la puede decir cualquiera, pero algo inteligente suele requerir estudio, experiencia, preparación. Y normalmente esas personas son mayores. Si quien lanza insultos o barbaridades tuviera que dar su nombre real, seguramente no lo haría. Hay cosas maravillosas en las redes, no lo niego, pero el problema es que lo peor se puede emitir de forma impune. Y eso ha invadido también el periodismo. Antes escribía uno un artículo sobre la poesía de Jaime Gil de Biedma, y luego leía sesenta comentarios, algunos de ellos diciendo que era usted un idiota. Bueno, pues si abre usted las puertas, entran cosas.
Usted ha sido periodista, poeta, novelista, letrista de canciones, guionista y ahora también actor. ¿Qué le lleva a explorar tantos caminos distintos?
Aprender. No hay nada más bonito en la vida que aprender. Y no hay edad para eso. Puede aprender uno a los 18 o a los 99. Siempre he tenido claro que soy escritor, esa es mi base. Pero si hay oportunidad de ver qué se siente escuchando una canción escrita por usted en un estadio, o aparecer en una serie, ¿por qué no?
Para entrar en un hotel necesitas documentación, pero para insultar a alguien en redes basta con llamarse ‘el caballero plateado’
¿Cómo surge su colaboración como actor en la serie Los años nuevos?
Como todas las cosas buenas, por casualidad. Estaba en Rota y me llamaron de una productora para hablar con Rodrigo Sorogoyen y me puse firme porque le admiro un montón. Pensé que quería que colaborara en un guion y le dije que no podía, que estaba terminando una novela. Me respondió: “No, no, que te quiero como actor”. Pensé que estaba loco, así que dije que sí.
¿Y cómo fue la experiencia?
Muy bonita. Le pregunté a mi amigo Javier Rey qué haría él y me dijo: hazlo. Porque actuar es una profesión muy solidaria. Si uno lo hace mal, el otro también lo hace mal, así que el equipo rema siempre en la misma dirección. Me tocó compartir escenas con actores jóvenes que me trataron con mucho cariño. Fue duro porque eran rodajes nocturnos, de seis de la tarde a seis de la mañana, pero muy emocionante.
¿Qué aprendió de sí mismo actuando?
Tuve un par de escenas en las que dejé de ser yo. Sentí que el personaje frente a mí era mi hijo, de verdad. Viví esa transformación que debe de ser maravillosa cuando uno es actor de verdad. Se mete en otra piel y al salir de ahí es como despertarse de una anestesia. Me emocionó mucho. Pero, al final, escribir también es eso, ser otros. Como decía Balzac, un libro tiene que ser un espejo que atraviesa una multitud. Refleja a quienes lo leen, no solo a quien lo escribe.
Hace poco entrevisté a un neurólogo que decía que, cuando uno se hace mayor, es clave perder el miedo. ¿Cree usted que lanzarse a nuevas experiencias, como actuar con más de 60 años, ayuda?
Sí. La edad tiene desventajas evidentes, pero también ventajas. Una de ellas es que uno se hace más atrevido. A partir de los 50, quien conserve la vanidad es un bobo. Ya no tiene uno miedo al ridículo, y sabe que el tiempo ya no va hacia adelante, sino hacia atrás. Así que aprovechas más las oportunidades. Para mí, una gran revolución de la sociedad moderna es el ocio para adultos. Hace 50 años, un artista con más de 30 estaba acabado. Hoy, Dylan, los Rolling, Neil Young... Siguen en activo y llenando estadios. Y nadie les dice ‘está usted ya mayor’.
¿Sale usted de ‘tardeo’?
Salgo a lo que haya. Pero sí, el concepto de diversión cambia. Antes se trataba de salir hasta las seis de la mañana. Ahora es tomar unas cervezas con amigos, una cena tranquila. Igual de divertido, pero diferente.
¿Y cómo ha cambiado la poesía desde sus inicios?
Cuando empecé a hacer giras con músicos como Coque Malla o Sabina, me criticaban. Decían “eso no es poesía, es rock and roll”. Ahora todo el mundo lo hace. Y me parece bien. Es una prueba de que las redes no han acabado con la poesía, la han rejuvenecido. Ahora hay poetas con miles de seguidores y eso es una buena noticia. Luego, claro, hay quien escribe bien y quien no. Siempre fue así. Ni todos los que están son, ni todos los que son están. El tiempo se encargará de destilar.
La edad tiene desventajas evidentes, pero también ventajas, uno se hace más atrevido; a partir de los 50, quien conserve la vanidad es un bobo
¿Qué le ha enseñado su amistad con Joaquín Sabina?
A ser buena persona. A ser leal. A pelearse por un adjetivo, no por un cartel. Joaquín es generoso, respetuoso, inteligente. Y es muy difícil pasar tiempo con él sin estar riéndose el 100% del tiempo.
¿Cómo ha conciliado su carrera con su vida familiar y ser padre?
Pues buscando tiempo donde no lo hay. Viajo mucho, más de cien veces al año, y mi mujer es azafata, así que imagínate. Pero si quiere uno sacar tiempo para lo importante, lo saca. Ahora mismo estoy buscando un hotel para llevarme a mis hijos pequeños, que tienen 10 años, a pasar unos días. Además, los trenes y aviones son oficinas con ruedas o alas: sirven para leer, escribir, pensar. Y los auriculares son el mejor invento después de la penicilina.
¿Qué hace usted para cuidar su salud física y mental?
Siempre he hecho deporte. Antes jugaba al fútbol, al tenis… Ahora camino mucho, nado, ando en bici. Si hay ocho pisos, los subo por la escalera. Y con la comida, soy bastante ‘zanahoria’, como dicen en Chile. Me gusta la comida suave, natural. Pero si un día toca salirse, también está bien.
Un periodista que trabajó con usted le describía como muy alto, delgado, de nariz portentosa y con botas de cowboy.
Hace tiempo que dejé las botas de cowboy. Lo demás lo mantengo.
¿Cómo es el rock and roll a partir de los 60?
Más de pasado que de presente. Los gustos ya están formados, pero siempre guardo un espacio para lo nuevo. Estoy en programas de radio donde hablo de música, así que me mantengo al día. Hay cosas que me gustan y otras que no. A veces pienso que lo que no me gusta no es malo, simplemente está más allá de mí. A lo mejor si el reguetón me hubiera pillado con 20 años, me gustaría más.
Es usted tertuliano, una profesión muy criticada. ¿Cómo lo vive?
Con naturalidad. Si hay un tema del que no sé, digo que no puedo hablar. Siempre he querido estar informado para formar una opinión. Y tengo la superstición de que lo que diga quizá puede interesar a alguien. Pero jamás voy a programas donde se grita o se insulta. Como decía Alberti: ‘Niño, no seas nunca sectario. Se aprende mucho de quien no piensa como tú’. Eso lo llevo conmigo siempre.
Todas las civilizaciones que han merecido la pena han cuidado de sus mayores; hoy en día, se les acusa de no morirse, de gastar demasiado
¿Qué opina usted del edadismo?
Es una barbaridad. Yo siempre he tenido amigos mayores. Alberti tenía 70 cuando yo tenía 17. Ángel González, Gil de Biedma… Eran sabiduría pura. Todas las civilizaciones que han merecido la pena han cuidado de sus mayores. Hoy en día, se les acusa de no morirse, de gastar demasiado. Durante la pandemia, cuando se decía que “solo afecta a los mayores”, yo pensaba: ¿cómo que “solo”? ¿Qué clase de sociedad puede considerar que sus mayores son prescindibles? Es una forma de desprecio muy cruel, y además, muy estúpida, porque todos –con suerte– vamos a llegar ahí. Discriminar por la edad es como escupir hacia arriba.
¿Qué dice eso de nuestra sociedad?
Creo que lo que pasa es que esta época glorifica lo nuevo, lo inmediato, lo joven, como si la experiencia fuera una carga. Pero la memoria es fundamental para entender quiénes somos y hacia dónde vamos. Y eso solo lo dan los años. Por eso me parece importante que en la cultura, en los medios, en la política incluso, haya espacio para quienes ya han vivido y tienen algo que decir desde esa perspectiva. No para dar lecciones, sino para aportar. Porque la vida no se acaba a los 60, ni a los 70. A veces, incluso, empieza ahí.