‘¿Y si no llego a tiempo?’. La pregunta se repite una y otra vez, machacona, en la mente de quien sufre incontinencia. También reír o coger peso puede ser un hándicap para estas personas. Además, tras esa urgencia o los escapes incontrolados se esconde un poso de vergüenza que puede condicionar rutinas y relaciones. Aunque afecta a millones de personas, una gran mayoría la vive como un estigma, un secreto inconfesable. Un reto físico, pero también psicológico.
“La incontinencia urinaria es la pérdida involuntaria de orina, un síntoma que puede tener múltiples causas y grados de severidad”, expone el doctor Pietro Moscatiello, jefe clínico del servicio de urología del Hospital de la Zarzuela. Y aclara: no es una enfermedad en sí misma, sino una manifestación de un trastorno en el sistema urinario o neuromuscular, que tiene distintas formas, según su causa y los síntomas que presenta.
Por un lado, está la incontinencia de esfuerzo, que ocurre cuando se producen escapes involuntarios de orina al realizar actividades que aumentan la presión abdominal (toser, estornudar, reír, levantar peso…). Por otro, la de urgencia, que se manifiesta por una necesidad repentina, intensa e incontrolable de orinar, y suele ir acompañada de pérdidas involuntarias; con frecuencia, se asocia a una vejiga hiperactiva. Luego está la forma mixta, una combinación de las dos anteriores; y por último, la incontinencia por rebosamiento, que se produce cuando la vejiga no se vacía completamente, lo que se traduce en un goteo constante o pérdidas continuas de orina debido a la acumulación excesiva.
Aunque tiene mayor prevalencia entre las mujeres, debido a factores anatómicos, hormonales, el embarazo o el parto, no es una cuestión exclusivamente femenina, aunque la publicidad se empeñe en mostrarnos que estos escapes son patrimonio exclusivo de señoras sonrientes que han encontrado la solución en una compresa. Los hombres también conviven con esta afección.
“El problema afecta al 25% de la población femenina, una cifra que puede llegar al 50% en mujeres mayores”, explica Carolina Walker, jefa de la Unidad de Suelo Pélvico en Olympia Quirónsalud y fisioterapeuta doctorada en salud integral de la mujer. En los hombres, añade, aunque la incidencia general es menor, en torno al 15%, también crece con la edad y llega a afectar al 30% de los varones por encima de los 65 años.
En ellas, la incontinencia de esfuerzo es la más habitual, y suele estar provocada por el debilitamiento del suelo pélvico tras los partos o durante la menopausia, mientras que en la población masculina suele estar más relacionada con afecciones específicas como problemas en la próstata, incluyendo hiperplasia prostática benigna o cirugías prostáticas. En ellos, apunta la doctora Walker, es más común la incontinencia asociada a complicaciones de la cirugía o la incontinencia por rebosamiento.
El problema de la incontinencia afecta al 25% de la población femenina, una cifra que puede llegar al 50% en mujeres mayores
Desde el punto de vista emocional también suele haber diferencias entre ambos géneros a la hora de afrontar el tema, comenta Teresa Terreros Roncal, psicóloga especializada en terapia cognitivo-conductual del Instituto Psicológico Cláritas. Los hombres tienden a replegarse, “suelen experimentar mayor dificultad para expresar emociones relacionadas con la vulnerabilidad, lo que los puede llevar a la negación del problema o la evitación de ayuda profesional”.
Por el contrario, las mujeres tienden a verbalizar más su malestar, pero también pueden sentirse más estigmatizadas socialmente, en especial si la incontinencia afecta su rol de cuidado o feminidad. Cualquiera de los síntomas referidos, así como micciones frecuentes que interrumpen las actividades diarias o la presencia de episodios de orina durante el sueño, deberían alertar a la persona para buscar ayuda médica y vencer las reticencias, refiere Carolina Walker.
Es común, pero no es normal
La incontinencia urinaria en personas mayores es un problema más frecuente de lo que se suele admitir, pero no debe asumirse como una consecuencia inevitable de la edad. “El envejecimiento no causa incontinencia por sí solo, pero sí aumenta la vulnerabilidad”, señala el doctor Moscatiello. En esta línea, Carolina Walker añade que los cambios fisiológicos asociados a la edad, como el deterioro del tejido muscular del suelo pélvico o la disminución de la capacidad contráctil de la vejiga, incrementan el riesgo de desarrollar esta condición. Asimismo, las enfermedades neurológicas como el Parkinson o el Alzheimer, los efectos secundarios de algunos medicamentos o patologías crónicas como la diabetes, más prevalentes en la vejez, pueden desencadenar o empeorar el problema.
Sin embargo, ambos expertos destacan el papel decisivo del estilo de vida. Factores como la obesidad, el sedentarismo, el tabaquismo, el estreñimiento crónico, el consumo excesivo de cafeína, el alcohol o los alimentos irritantes tienden a agravar el problema. “Incluso, ciertas actividades físicas repetitivas que implican fuertes aumentos de la presión abdominal podrían contribuir a la alteración de los músculos pélvicos si no se realizan con una técnica adecuada”, advierte Walker. Del mismo modo, hábitos aparentemente inocuos, como la costumbre de aguantar las ganas de orinar, pueden debilitar la función vesical con el tiempo.
El envejecimiento no causa incontinencia por sí solo, pero sí aumenta la vulnerabilidad

Primer plano de una doctora que explica problemas del sistema urinario usando un modelo humano en 3D.
Frente a este panorama, adoptar unos hábitos saludables ayudan a reducir los factores de riesgo y controlar mejor de la incontinencia. Mantener un peso adecuado, realizar ejercicio físico regular, evitar el estreñimiento y controlar enfermedades crónicas como la diabetes son medidas fundamentales. También es recomendable reducir o eliminar el consumo de cafeína, alcohol y comidas picantes, y ajustar la ingesta de líquidos: “Beber suficiente agua es esencial para la salud de la vejiga, pero evitar el exceso de líquidos en la noche ayuda a prevenir episodios nocturnos de urgencia”, señala la fisioterapeuta, quien subraya también la importancia de activar el suelo pélvico en la rutina de ejercicio habitual, y especialmente en esas situaciones cotidianas que implican presión abdominal.
A esto añade los beneficios de mantener una buena postura “porque mejora la distribución de presiones que recaen sobre el suelo pélvico”, y no posponer la necesidad de orinar. En el caso de mujeres con prolapso pélvico, el doctor Moscatiello recomienda acudir también a un urólogo, y no solo al ginecólogo, ya que esta condición suele estar asociada a episodios de incontinencia.
Vergüenza, miedo y aislamiento: la otra cara de la incontinencia
Más allá del problema funcional, la incontinencia afecta directamente a la forma en que las personas se relacionan consigo mismas y su entorno. “Muchos pacientes dejan de salir de casa, evitan viajes o reuniones sociales por miedo a no llegar al baño o a sufrir un escape en público. Esa ansiedad se convierte en una barrera emocional aún más grande que el propio síntoma”, asegura Moscatiello. A esto se suma el estigma social, el temor al juicio ajeno y la desinformación, que perpetúan el silencio. “En mujeres, se trivializa como un efecto más del embarazo. En hombres, se vive con más vergüenza porque toca de lleno la idea de virilidad”, matiza Walker.
Según la psicóloga Teresa Terreros, las personas con incontinencia suelen experimentar una mezcla compleja de emociones y pensamientos. La más inmediata, afirma, es la vergüenza. “La incontinencia toca aspectos muy íntimos y suele asociarse con la pérdida de control y autonomía, lo cual puede generar una sensación de humillación”. Aparecen pensamientos como ‘ya no sirvo’ o ‘solo doy problemas’ que impactan directamente en la autoestima desde la culpa.
La incontinencia toca aspectos muy íntimos y suele asociarse con la pérdida de control y autonomía, lo cual puede generar una sensación de humillación
Ese malestar deriva a menudo en miedo (a ser descubiertos, a que otros lo noten, a tener un ‘accidente’ en público o a convertirse en una carga para los demás) y más tarde en tristeza. “Surge, entonces, un duelo por el cuerpo que ya no responde como antes, por la vida activa que quizás ya no se pueda sostener igual”. En ocasiones, añade la psicóloga. Esa frustración se transforma en enfado con uno mismo, con el cuerpo, e incluso con quienes intentan ayudar. Luego, muchas veces llega la negación, agrega Terreros.
Con la vergüenza como telón de fondo, la autoestima empieza a deteriorarse, sobre todo cuando se vincula la incontinencia con la pérdida de dignidad. La relación con el cuerpo se vuelve entonces tensa e incluso se produce un rechazo hacia uno mismo, que puede convertirse en el germen de una espiral descendente. “Favorece una sintomatología depresiva y de aislamiento, social y emocional, progresivo”, advierte Terreros. El círculo más cercano también se resiente. “En el ámbito familiar, pueden desarrollar sentimientos de dependencia, incomodidad o incluso culpa por necesitar asistencia” y, en la pareja, añade la psicóloga, “la intimidad puede verse afectada: algunos evitan el contacto físico o las relaciones sexuales por temor o vergüenza”.
La forma de contemplar la situación varía. Algunas personas la ven como algo normal del envejecimiento y optan por una resignación pasiva; otras, la perciben como un signo de debilidad o pérdida de valor personal; y muchas sienten que deben ocultarla a toda costa, alimentando el silencio. Esta dificultad para abordar el tema se extiende a las consultas médicas, donde sigue siendo un tema tabú. “Muchas personas mayores no hablan de ello ni con sus médicos por temor al juicio o la incomodidad. Y esa actitud aumenta el sufrimiento emocional innecesariamente”, expone Terreros, quien considera que el acompañamiento psicológico debería ser parte integral del tratamiento.
Hay estrategias que podrían ayudar: “desde la psicoeducación, que permite entender la incontinencia como una condición médica tratable, no un fallo personal, hasta la terapia cognitivo-conductual, que ayuda a trabajar pensamientos distorsionados relacionados con la autoimagen, el miedo al juicio y el aislamiento. También, las técnicas de relajación y manejo de la ansiedad facilitan enfrentar con más seguridad las situaciones sociales”. No menos importante, concluye, es el trabajo con la familia y grupos de apoyo para reducir el impacto psicosocial, mejorar la adherencia al tratamiento y favorecer una mejor calidad de vida.
Muchas personas mayores no hablan de ello ni con sus médicos por temor al juicio o la incomodidad, y eso aumenta el sufrimiento emocional innecesariamente
Un problema, con solución
La incontinencia no es un fenómeno homogéneo y, por tanto, los tratamientos, que pueden ser conservadores, farmacológicos y quirúrgicos, deben adaptarse a las causas y características particulares. En los casos de incontinencia de esfuerzo, la primera línea terapéutica debe ser conservadora. Los ejercicios del suelo pélvico (como los ejercicios de Kegel), la fisioterapia y sus técnicas asociadas juegan un papel fundamental, especialmente en los casos leves o moderados. “Estas técnicas buscan aumentar la actividad de la musculatura que rodea a la uretra y vejiga con el objetivo de mejorar la coordinación y el control vesical, fortalecer los músculos y aumentar la vascularización en la zona”, detalla la fisioterapeuta, quien estima que en más de un 70% de estos casos se reducen los episodios de fuga o se curan.
Para la incontinencia de urgencia, el abordaje suele combinar fisioterapia y tratamientos farmacológicos que ayudan a reducir la hiperactividad de la vejiga. Si estas medidas no funcionan, explica Walker, se puede recurrir a la neuromodulación, una técnica que “mejora la comunicación entre los nervios y la vejiga”. Y en los casos de incontinencia por rebosamiento, lo fundamental, aclara, es buscar la causa de la obstrucción. Los casos más graves o que no responden a métodos conservadores pueden requerir cirugía, una alternativa también si el paciente busca una solución más definitiva para restaurar el control vesical.
Además de la neuromodulación, entre los avances más recientes, Pietro Moscatiello destaca la cirugía para la implantación del esfínter urinario artificial con robot, “el tratamiento más vanguardista para la incontinencia urinaria completa”. La innovación, añade el urólogo del Hospital de la Zarzuela, también llega en forma de tecnologías de uso cotidiano. “Se están desarrollando wearables que monitorizan la actividad del suelo pélvico y apps que ayudan al entrenamiento personalizado y seguimiento del tratamiento para mejorar la adherencia”.