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Jaime Gil Aluja, el catalán que fue nominado al Nobel de Economía, 88 años: “Una profesora del instituto le dijo a mi madre que yo no servía; fue un estímulo y empecé a dedicar toda mi vida a los estudios”

Longevity

Jaime Gil Aluja es presidente de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras, catedrático emérito de la Universidad de Barcelona y pionero mundial en lógica difusa

A sus casi 89 años, sigue investigando y publicando con la intensidad de un joven doctorando y es uno de los mayores referentes vivos en el mundo del pensamiento económico en la incertidumbre

Jaime Gil Aluja, presidente de la Real Academia de Ciencias Económicas y FInancieras.

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La vida es una estrategia de suma nula. Con tan contundente frase abre Jaime Gil Aluja (Reus, 1936) su legado biográfico para la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras. Y no lo hace desanimado, sino como quien ha llegado al otro lado de la montaña y sabe que todo lo ganado —como todo lo perdido— acaba compensando. Hijo de una viuda de guerra y criado en una tienda de alpargatas en la Cataluña de la posguerra, su recorrido intelectual es uno de esos casos en los que el mérito puro vence al contexto. 

Fue el catedrático más joven de la Universidad de Barcelona, asesoró a grandes instituciones financieras y empresariales, y se convirtió en una figura internacional por haber llevado la lógica borrosa —ese territorio difuso entre lo posible y lo probable— al corazón mismo de la economía. Pionero en introducir las lógicas multivalentes en la gestión empresarial, Gil Aluja lleva más de medio siglo lidiando con una certeza: que lo real se escapa a los modelos tradicionales. “He observado en todas las épocas de mi vida que siempre hay fases en las cosas; cuando parece que todo se pone en contra, hay que pensar siempre que eso terminará”, sostiene. 

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Por eso, a lo largo de su carrera, ha desarrollado algoritmos, teorías y métodos capaces de abrazar la incertidumbre como materia prima, no como problema. Su obra ha sido traducida a siete idiomas, ha dirigido 37 tesis doctorales, ha presidido más de 40 congresos científicos y ha sido distinguido con títulos honoríficos por más de treinta universidades. Pero lo más asombroso es su presente, pues además de haber sido uno de los pocos catalanes nominados al Premio Nobel de Economía, con casi 89 años sigue presidiendo la Real Academia, investigando, escribiendo y, sobre todo, pensando. “La curiosidad científica es lo que me impulsa. No es solamente hablar de cuál es el futuro que nos espera, sino decir por qué nos espera”, apunta.

Fundamental fue también su papel en la Comisión Económico-Estatutaria del Barça durante la era Núñez, donde incluso llegó a diseñar un algoritmo para fichar jugadores –entre ellos, Hristo Stoichkov–, pero su legado rebasa cualquier anécdota institucional. Gil Aluja representa una forma de vivir la longevidad con rigor, trabajo y pasión intelectual. “Que siempre tengan un objetivo. Que nunca tengan un tiempo que no sepan a qué dedicarlo”, recomienda a los que frenan en seco al llegar a cierta edad. Tal vez por eso, él se resiste a mirar hacia atrás. No cree en la jubilación como final, sino como transformación. La metamorfosis de quien sabe que el conocimiento no se agota, solo se convierte en otra forma de curiosidad.

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Nació en una familia muy humilde, hijo de una alpargatera viuda de guerra. ¿Qué peso ha tenido ese origen en todo lo que vino después?

Quedamos solo mi madre y yo en 1939, viniendo de una familia de comerciantes más o menos normal con relación a lo que sucede en los pueblos grandes. Digamos que éramos de clase media, con una concepción cristiana de la vida, que en aquellos momentos no se estilaba. Tuvimos que salir del piso de alquiler donde estábamos y nos refugiamos en una masía donde nos dieron una acogida a mi madre y a mí, cerca del aeropuerto de Reus, que era donde caían más bombas. Primero de los republicanos y después de los franquistas. Cuando volvimos nos encontramos que nos habían entrado en la casa. Nos robaron todo, la puerta estaba rota, y tuvimos que empezar de cero y buscar una manera de poder sobrevivir. 

Y la encontraron al abrir su propio negocio. 

Afortunadamente, mi madre, que era una persona sin una cultura extraordinaria —hija de un comerciante, sin estudios ni bachillerato—, pero con una gran inteligencia y un sentido de la vida basado en la honestidad y la dignidad, sabía coser y empezó a hacer remiendos. Con lo que ganaba comprábamos trozos de pan a peso con la cartilla de racionamiento. Más tarde salió a la venta una alpargatería y empezó la vida de comerciante otra vez, aunque a pequeña escala, porque unas alpargatas valían seis pesetas en aquella época.

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¿Qué papel tienen las mujeres de su familia en su relato?

Todo lo que soy se lo debo a mi madre. Ahora a mi esposa también que cuando era jovencita ya nos casamos. Ella renunció a estudiar en la universidad porque era hija de un ingeniero politécnico francés, nos unimos y así empezó una nueva vida. El problema fue que cuando terminé el bachillerato, en la enseñanza pública, a mí se me planteó hacer una carrera.

¿Cómo recuerda aquel momento?

A medida que avanzaba el bachillerato yo iba aprobando las asignaturas. No era de familia rica, que entonces tenía una cierta importancia, y tampoco venía de una familia en la que hubiera ambiente de enseñanza. No me suspendieron nunca, pero nunca tuve grandes notas. Aun así, la ilusión de mi madre era que yo pudiera estudiar, ser universitario. Surgieron problemas porque una profesora del instituto se la encontró por la calle y le dijo: “Antonieta, no te rompas la cabeza, tu hijo no sirve para estudiar. Ponle a trabajar que así te ayudará”. Mi madre me lo contó y me dijo: “Haré todos los sacrificios para que tú puedas estudiar, pero solo tendrás una oportunidad. Aprovéchala”.

Todo lo que soy se lo debo a mi madre, ella me dijo: ‘Haré todos los sacrificios para que tú puedas estudiar, pero solo tendrás una oportunidad, aprovéchala’

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Aunque todo estuviera en contra, incluso sus propios maestros, nunca desistió en su propósito.

A esa profesora no le tengo ni odio ni rencor. Imagino que su razón de ser era que yo no tenía grandes notas, pero es que el bachillerato era muy difícil. Para mí aquello fue un estímulo y empecé a dedicar toda mi vida a los estudios hasta que llegó el momento de ir a la universidad. Entonces solo había la opción de hacerlo en Barcelona, e ir a la ciudad y pagar una pensión allí también fue algo muy difícil.

¿Cómo lo hizo?

A mí me gustaba jugar a futbol y se ve que lo hacía bastante bien, hasta el punto de que fui portero de la selección juvenil catalana. Esto hizo que la madre de una de un amigo mío se preocupará y desde el Reus Deportivo buscaron un club en Barcelona a ver si me podían fichar. Sin pagar ficha, pero pagándome un dinerito, y encontraron la Unión Deportiva Sants. Cuando me dijeron esto fui corriendo a mi madre y se lo conté, pero no me dijo nada. Se fue y volvió con un libro en la mano y un balón en la otra. “Hijo mío, las dos cosas no pueden ser; elige”, me dijo. Y elegí el libro.

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Una elección que más tarde le convierte en el catedrático más joven de la Universidad de Barcelona. ¿Cómo se gestó?

En aquellos momentos las cátedras eran por oposiciones libres. También con trincas, que significa que los demás opositores podían criticar tu obra y los cinco miembros del tribunal también. Eran muy duras, seis ejercicios, pero al ser público era difícil que alguien metiera mano. Primero hubo oposiciones a cátedra de Escuela de Comercio y me tocó ir a Jerez de la Frontera, pero tuve la gran suerte que poco después se convocaron nuevas oposiciones a cátedras para la Universidad de Málaga. La saqué también y ya era catedrático con plaza y empecé a tomar posesión, con tanta fortuna que, durante las vacaciones de verano, convocaron otras oposiciones en Barcelona. Volví a prepararlas y a partir de entonces he sido catedrático siempre de la Universidad de Barcelona, dando clases e investigando.

Y de catedrático a académico.

Es cierto que siendo muy joven ya me eligieron para formar parte de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras, y para otra Real Academia, de escala más regional, que era la de Doctores de Cataluña y Baleares. En diciembre de 2024 se cumplieron 50 años desde que soy académico. Cuando entré me eligieron los académicos de número. Primero, vicepresidente, y cuando murió el presidente de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras, en el año 2002, cogí su cargo. Ya son 22 años de presidente, y aunque se hacen elecciones cada tres años me eligen a mí para que vaya continuando.

Una profesora del instituto le dijo a mi madre que yo no servía para estudiar; fue un estímulo y empecé a dedicar toda mi vida a los estudios

Jaime Gil AlujaPresidente de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras

Jaime Gil Aluja.

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¿Cómo recibe reconocimientos como haber sido uno de los pocos catalanes nominados al Premio Nobel de Economía?

Con una satisfacción enorme y pensando siempre en que mi madre estaría muy contenta si pudiera ver todo lo que ha logrado su hijo.

Comienza su legado biográfico con la frase ‘la vida es una estrategia de una nula’. ¿Qué quiere decir con ella?

He observado en todas las épocas de mi vida que siempre hay fases en las cosas. Bebe de la idea de que, cuando parece que todo se pone en contra, hay que pensar siempre que eso terminará. Y, sobre todo, de que nunca hay que tomar decisiones pensando que no tendrán retorno, porque el retorno siempre existe. Hay tiempos que uno piensa “todo me sale todo mal”, y luego se pregunta “¿por qué sale todo bien?”, pero es la propia naturaleza, que es tan sabia que no hay que ponerse contra ella, porque perderás siempre. La sabiduría sale de la vejez, del tiempo. De las vivencias que se convierten en experiencias.

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Hay muchas personas que, llegado cierto punto de su vida, piensan hacer un alto en el camino e incluso en retirarse, como si ya hubieran completado su recorrido. Usted, en cambio, sigue publicando e investigando a la edad de 88.

Las personas deben jubilarse cuando no se sientan útiles, y entonces descansar y hacer otra parte de la vida, pero pensando que eso es el principio de su fin. Yo voy a cumplir 89 en septiembre y continúo, incluso como presidente de la Real Academia, porque pienso –y piensan– que todavía puedo ser útil. Además, soy miembro de la junta rectora del Instituto de España, que somos diez personas –los diez presidentes de las Reales Academias de España–, que se rige por un presidente elegido por rotación. Este cargo dura un año, y a mí el año que viene me tocará ser vicepresidente, porque dentro de dos años, si Dios me da vida, seré presidente. La máxima autoridad científica de España. En ese caso, no todo es mérito mío porque en realidad me toca.

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Pero sí hay mucha parte de su propio mérito. ¿Si echa la vista atrás, cómo recibe haber llegado hasta el punto actual?

Jamás lo hubiera creído. Mi máxima aspiración cuando hacía el bachillerato era ser empleado de un banco porque era una cosa segura. Y, en cambio, en esa línea, terminé siendo consejero de La Caixa. Además, Isidre Fainé, el actual presidente de la Fundación “La Caixa”, fue alumno mío de la facultad. Era excepcional, se notaba, y cuando terminó la licenciatura me pidió que le dirigiera la tesis doctoral, y sacó sobresaliente. Esa fue la base para realizar el gran cambió que se realizó en La Caixa.

En su historia, como en la de su madre, también hay muchos sacrificios más allá de lo profesional.

En mi infancia, mi madre me dijo alguna noche: “Mira, Jaime, estos céntimos de peseta son lo que tenemos para mañana”. En los veranos nunca supe lo que eran las vacaciones, porque era cuando estábamos en la tienda. Los pasaba sentado en el umbral, viendo pasar a la gente. Pero no sufrí mucho, era algo de la época. No hay peor mentira que las comparaciones intertemporales e interespaciales.

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Entonces, no todo bebe de la trayectoria académica.

También de las vivencias personales. Cuando estaba estudiando en la universidad –que no estaba en buena residencia y vivía en una pensión de obreros, donde dormíamos cuatro en una habitación y la señora nos cobraba 900 pesetas al mes y nos daba desayuno y comida–, los sábados todos se marchaban a bailar. Yo me quedaba en casa estudiando, porque no había otra cosa que el esfuerzo. El cuerpo me pedía irme por ahí, pero me quedaba. Pensaba: “Tendrás una oportunidad, Jaime”.

Al echar la vista atrás, ¿haría algo diferente de como lo hizo?

Nada. Trabajé cuando ya pude, en quinto curso, en la Seat, que estaba organizándose. Pidieron a cinco estudiantes para hacer prácticas y me apunté enseguida. Cuando terminé me quedé allí, pero como era de la primera promoción de Economía, una vez licenciado, me pidieron que comenzase a dar clases prácticas. Así, por la mañana, de ocho a dos iba a Seat, y por la tarde daba clases en la facultad. Cobraba poquito, pero algo cobraba, y me fui haciendo mi vida… Hasta que se creó la Ley de Incompatibilidades y tuve que decidir entre el dinero o la universidad, que era lo que a mí me gustaba. La propuesta que me hizo Seat, donde yo ya era asesor de la dirección general, era importantísima. Me ofrecieron mucho dinero, pero tenía que dejar la universidad. Elegí la universidad. Es lo que me gusta, y en ese sentido para mí no hay sacrificio. Ni sábados ni domingos.

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¿Qué es lo que le impulsa a seguir en activo a día de hoy?

La curiosidad científica. Sin ir más lejos, ahora estamos preparando para el mes de noviembre desde la Real Academia un acto internacional importantísimo junto a la Barcelona Economics Network. Yo estoy trabajando en la conferencia de presentación, con la necesaria creación con nuevos conceptos, para después hacer mi ponencia, que normalmente es un algoritmo, así como el discurso de clausura. No es solamente hablar de cuál es el futuro que nos espera, sino decir por qué nos espera. Cuáles son las perspectivas y el camino que tenemos que seguir.

Mirando a ese futuro, ¿qué consejo daría a las personas que, pasada cierta edad, piensan que ya no queda nada por hacer?

Que siempre tengan un objetivo. Que nunca tengan un tiempo que no sepan a qué dedicarlo. Que hagan aquello que les satisface, de manera que el trabajo sea una gratificación y no una penalidad. Antes de morir, mi maestro me legó dos cosas por escrito. La primera es que hay que ser útil a los demás. La segunda es que hay que crear la propia concurrencia, que significa lograr que tus alumnos sepan más que tú. Esos fueron sus dos grandes consejos.