Cuenta la doctora en Bioquímica y Biología Molecular Ángela Nieto Toledano (Madrid, 1960) que cuando tuvo su primer laboratorio, los representantes comerciales entraban y le decían: ‘Hola, guapa, ¿dónde está tu jefe?’ “Esa pregunta hoy no la haría nadie”, recalca la doctora Honoris causa por las Universidades de Jaén y Jaume I de Castellón. Ella fue la primera en aislar el gen Snail en vertebrados —en ratones y en humanos—, algo clave en las metástasis, y se confiesa “apasionada por la vida, sobre todas las cosas”.
Su apabullante currículum incluye más de 52.000 citas de sus trabajos y numerosos reconocimientos, como el Premio Rey Jaime I, el Premio Nacional de Investigación Ramón y Cajal y el Premio por Europa L’Oréal-UNESCO for Women in Science (2022). Además es miembro de la Organización Europea de Biología Molecular (EMBO) y de las Academias de Ciencias de España (RAC), Europa, Francia y Latinoamérica.
En la actualidad, entre otras cosas, coordina un programa de plasticidad y reparación cerebral en el Instituto de Neurociencias (CSIC-UMH) de Alicante. “Estamos viendo que los mismos mecanismos de pérdida de homeostasis y activación de genes inadecuados están presentes en la neurodegeneración, algo muy vinculado a la edad”, comenta. Su objetivo, el que siempre la ha movido: “entender la vida con perspectiva científica, desde el rigor, la pasión y la resiliencia”.
Me divorcié de mi primer marido porque no entendía que yo trabajara todo el día
Hoy pensaba que igual estoy entrevistando a una futura Premio Princesa de Asturias o incluso Nobel. ¿Cómo era ser mujer en la ciencia cuanto usted comenzó?
Como te lo imaginas. Cuando tuve mi primer laboratorio, los representantes comerciales entraban y me decían: ‘Hola, guapa, ¿dónde está tu jefe?’ Esa pregunta hoy no la haría nadie. Hemos mejorado bastante, aunque aún queda camino. Yo no he tenido grandes problemas, siempre fui libre y mi familia me apoyó. Sí recuerdo haber perdido una plaza frente a un hombre porque él debía ‘mantener a la familia’, me dijeron. Pero lo tomé como anecdótico y continué con mi carrera.
¿El apoyo personal fue importante?
Muchísimo. He tenido el de mi familia y de mi pareja, Juan Lerma, que también es científico. Tener un entorno adecuado es clave. Para una mujer científica no es solo importante decidir a qué laboratorio ir, sino también elegir bien la pareja. Lo repito desde hace más de veinte años.
¿En su caso cómo influyó?
Me divorcié de mi primer marido porque no entendía que yo trabajara todo el día. Pero yo lo tenía claro, cuando conseguí una posición permanente fue para seguir adelante las horas que hiciera falta, no para detenerme. Tengo la suerte de trabajar en algo que me gusta y lo considero un privilegio.
¿Qué significó para usted entrar en la Real Academia de Ciencias?
Fue inesperado y una alegría. Vengo de una familia sin tradición científica, soy la primera doctora. Cada reconocimiento lo aprecio mucho, como el Premio Nacional o pertenecer a varias academias científicas. Todo eso me hace sentir privilegiada y agradecida, pero también con la obligación de seguir trabajando.
¿Qué le motivó a dedicarse a la biología del desarrollo y cómo evolucionó a temas relacionados con la longevidad?
De pequeña ya quería ser científica, lo tenía superclaro. Me decanté por la química, pero en COU la profesora de biología me hizo cambiar de opinión. Ella me ayudó a entender que lo que a mí me fascinaba era la vida. Así que estudié biología molecular y bioquímica. Hice la tesis en el Centro de Biología Molecular, y me fui moviendo hacia la biología celular y después a la biología del desarrollo. Era una especie de ejercicio de aumentar la complejidad del sistema.
Comenzó a estudiar la muerte celular. ¿Le hizo eso reflexionar sobre la vida?
No. Yo estudiaba la muerte celular programada porque era útil para formar patrones en el embrión. No lo conectaba con la muerte de las personas. Las células se mueren durante el desarrollo embrionario para generar estructuras útiles. Para mí siempre ha sido un tema científico ver cómo un proceso en el embrión puede reaparecer en el adulto y causar enfermedades. Cuando empecé, muy poca gente se dedicaba a ello. La apoptosis, o muerte celular programada, es un suicidio celular esencial, por ejemplo, para formar los dedos. Luego, en Alemania y después en Londres, trabajé en genes importantes en el desarrollo. Y justo cuando iba a volver a España, identifiqué un gen que me cambió el rumbo.
¿Qué encontró en concreto?
Un gen que se expresaba en células que emigraban, que se movían de un sitio a otro en embriones. Se llama Snail (caracol). Pensé que tendría que ver con el movimiento de las células. Lo bloqueé y vi que las células no se podían mover. Eso fue mi primer trabajo desde Madrid, apareció en Science y tuvo mucha repercusión. Me di cuenta de que el proceso era muy semejante al cáncer, cuando las células se desprenden de un tumor y forman metástasis. Junto a Amparo Cano, demostramos que en el cáncer se reactivan estos genes embrionarios para que las células se desprendan y hagan metástasis.
O sea, que si se pudiera parar esos genes...
Exacto. Lo que describimos fue que en el cáncer hay una reactivación de genes embrionarios en el adulto para la diseminación de las células tumorales. El proceso es el mismo. Lo que diferencia una célula de otra es qué genes están encendidos y cuáles apagados. En el embrión estos genes son fundamentales porque sin ellos no hay desarrollo. En el cáncer son un problema porque permiten la metástasis.
¿Es posible inhibirlos?
Inhibirlos sin empeorar la situación es un reto. Porque si las células ya se han diseminado, al bloquearlo podemos parar su movimiento y favorecer que hagan más metástasis. Es un tema de plasticidad celular, una célula inmóvil se convierte en móvil y luego vuelve a ser inmóvil. Hoy sabemos que la diseminación ocurre muy pronto, desde el inicio del tumor. Por eso es clave estudiar el nicho metastásico, dónde llegan las células y anidan, y prevenir que se instalen allí.
¿Cómo conecta esto con el envejecimiento?
Hemos visto que estos genes también se activan en células normales, en respuesta a daños crónicos, incluida la inflamación y el envejecimiento. En el riñón, por ejemplo, en modelos animales vemos que primero hay inflamación, pero si el daño persiste aparece fibrosis. Las células ya no funcionan bien y aparece insuficiencia renal. Esto mismo ocurre en hígado, corazón o pulmón. Y con la edad, los órganos van acumulando fibrosis, que es parte del envejecimiento: la incapacidad de recuperar la homeostasis.
Con la edad, los órganos van acumulando fibrosis, que es parte del envejecimiento: la incapacidad de recuperar la homeostasis
¿Cómo podemos prevenir la fibrosis?
Es complicado, pero todo apunta a lo mismo: vida saludable. Parece un anuncio, pero es real. El daño celular se acumula por radiación ultravioleta, mala alimentación, inflamación crónica… En el Mediterráneo tenemos un riesgo tremendo por la luz ultravioleta. Comer menos carnes rojas y procesadas, cuidar el intestino, hacer ejercicio… Todo esto reduce daños celulares y, en consecuencia, ralentiza el envejecimiento.
¿Se puede mejorar la homeostasis?
Es un estado de equilibrio. Cuando estamos sanos, todo funciona bien, pero su verdadero valor se aprecia cuando ocurre un desequilibrio y el sistema trabaja para volver a la normalidad, a la homeostasis. Claro, cuanto más dañado está el organismo, menos capacidad tiene de recuperarse. Por eso, mantenerlo fuerte es fundamental. En mi caso, con los problemas de espalda y artrosis que tengo, hacer ejercicios de fuerza es clave para que los músculos ayuden a sostener la columna.
¿Se cuida de esa manera?
Sí, aunque no siempre es fácil. Este año me caí, me rompí la mano y eso me impide hacer los ejercicios y me limitaba bastante. Ahora ya estoy mucho mejor. He pasado por muchos problemas de salud desde bebé. Sé lo que es recuperarse, pero también que nunca se vuelve del todo a la normalidad.
Volviendo a la biología, ¿cuál es la relación entre desarrollo embrionario y envejecimiento?
El envejecimiento consiste en que los sistemas empiezan a fallar, como un coche que se va deteriorando. Hay un componente genético heredado, y otro relacionado con cómo hemos vivido. Lo interesante es que en patologías del adulto aparecen reactivados genes que eran fundamentales en el desarrollo embrionario, pero que deberían permanecer apagados cuando somos mayores porque pueden generar problemas graves. Esa desregulación contribuye al envejecimiento, la pérdida de homeostasis, la fibrosis o incluso la metástasis.
En patologías del adulto aparecen reactivados genes que eran fundamentales en el desarrollo embrionario
¿Qué aplicaciones prácticas tienen estos hallazgos?
Muchas. Por ejemplo, en modelos animales hemos demostrado que inhibiendo a Snail podemos revertir la fibrosis renal. Publicamos estos resultados en Nature Medicine. En el caso del cáncer entendemos mejor la biología detrás de la formación de metástasis y esto ayuda a diseñar mejores terapias.
¿Será posible ralentizar el envejecimiento sin comprometer la calidad de vida?
Ya está ocurriendo. Solo hay que ver cómo ha aumentado la esperanza de vida desde mediados del siglo XX hasta hoy, superando los 80 años en España. El reto ahora no es solo vivir más, sino vivir mejor, especialmente en la etapa final, cuando el coche empieza a fallar.
Sobre los proyectos de longevidad extrema impulsados por multimillonarios, ¿qué opina?
Son cuestiones complejas y con un fuerte componente ético. Toda investigación pasa por comités de bioética rigurosos, tanto en humanos como en animales. En cuanto a la ética del objetivo de extender la vida o modificar la conciencia, por ejemplo, los problemas son evidentes. Pero la percepción de lo ético cambia con la sociedad. Hoy la fecundación in vitro es aceptada, hace décadas se habría considerado brujería.
En cuanto a la dignidad y el bienestar al envejecer, ¿cómo puede ayudar la ciencia?
En dignidad quizá menos, porque eso depende más de valores sociales. Pero en bienestar muchísimo. Hoy tenemos argumentos científicos claros para recomendar dejar de fumar, hacer ejercicio, mantener una dieta variada… Hábitos que deben inculcarse desde la infancia, no solo como ocio, sino como salud.
¿Ha sentido personalmente el edadismo?
El edadismo es un concepto en el que no piensas cuando eres joven, pero que todos entendemos después. Es una pena desaprovechar el talento senior. Ahora colaboro con la Fundación Transforma España desde el jurado de premios que buscan justamente reconocerlo. No se puede excluir de golpe a quienes han dedicado su vida a una institución y aún tienen mucho que aportar
El edadismo es un concepto en el que no piensas cuando eres joven, pero que todos entendemos después; es una pena desaprovechar el talento senior
¿Piensa jubilarse?
En ciencia podemos estar activos hasta los 70, quizás algo más. El problema es que el sistema de pensiones se diseñó con una esperanza de vida mucho menor. Hay que replantear el papel de los mayores: quien tenga capacidad intelectual y física y quiera seguir, debería poder hacerlo. Pero subrayo, siempre que la persona lo desee y se encuentre con fuerza.
¿Qué aprendizajes vitales le ha dejado la investigación?
La ciencia me ha enseñado a comprender la vida como un viaje, desde el desarrollo embrionario hasta la enfermedad. Me ha dado tres claves: rigor, porque sin él no hay ciencia; pasión, porque sin interés profundo no se sostiene; y resiliencia, porque el camino está lleno de pequeños fracasos y hay que seguir adelante. Eso es lo que intento transmitir a mis alumnos.













