Nuestro sistema cardiovascular es una maquinaria asombrosa: empieza a latir antes de nacer y no se detiene hasta nuestro último aliento. Con el paso de los años, acumula el desgaste natural de la vida y las huellas de cada decisión cotidiana: una comida equilibrada, una caminata, una tarde sedentaria, un cigarrillo. La doctora Magdalena Perelló, autora del libro Corazón sano, explica que “nunca es tarde para cuidar el corazón, a cualquier edad, e influir positivamente en nuestra salud.”
Siempre es importante cuidarse, pero a partir de los 50 años, los pequeños cambios suman más de lo que creemos. No se trata de hacer grandes sacrificios, sino de ajustes sostenibles: moverse más, comer conscientemente, dormir mejor, aprender a gestionar el estrés y hacerse revisiones periódicas. La doctora Perelló defiende una medicina preventiva que ofrezca herramientas prácticas para vivir más y, sobre todo, mejor. Cuidar el corazón –dice– no es solo una cuestión médica, es también un gesto de amor y gratitud hacia la vida.
Nunca es tarde para cuidar el corazón, a cualquier edad, e influir positivamente en nuestra salud
En su libro cuenta que su vocación por la cardiología surgió tras el ictus que sufrió su abuela. ¿Qué aprendió entonces que hoy sigue guiando su práctica médica?
Lo que aprendí es que muchas enfermedades cardiovasculares se pueden prevenir, no aparecen de golpe, se gestan durante años, silenciosamente. Mi abuela llevaba tiempo quejándose, pero no supimos darle la importancia que merecían sus señales, algo que les ocurre a muchas familias. En un 80% de los casos, un ictus puede prevenirse si actuamos a tiempo. Por eso la prevención es mi prioridad y la razón por la que escribí Corazón sano es para ayudar a que más personas tomen conciencia de que hay muchas cosas que podemos hacer para cuidar nuestra salud cardiovascular.
Si pudiera volver a hablar con su abuela, ¿qué mensaje le daría, que hoy también compartiría con otras personas mayores?
Primero de todo… Darle un abrazo (se emociona). Si hoy pudiera decirle algo, le comentaría que nunca es tarde para empezar a cuidarse. Cada día tenemos una oportunidad. No se trata de grandes sacrificios, sino de pequeños pasos cada día. Ese es el mensaje que intento compartir ahora: “Cuídate, porque puedes vivir más y mejor. Porque tú lo vales, y porque todavía estás a tiempo”.
¿Por qué es tan importante entender cómo funciona el corazón y cómo influye nuestra forma de vivir en él?
Porque solo podemos cuidar bien lo que conocemos. A menudo pensamos que cuidar el corazón es hacerse un chequeo, controlar el colesterol o la presión arterial. Y sí, eso es importante, pero es solo una parte. El corazón es un espejo de cómo vivimos: late en función de lo que comemos, cómo dormimos, si nos movemos, cómo gestionamos el estrés… Incluso de cómo nos hablamos a nosotros mismos. Cada pequeña decisión cotidiana deja huella: una comida saludable, una caminata, una conversación que nos alivia, un descanso reparador. Nuestro corazón responde a todo. Por eso he querido explicarlo de forma sencilla en Corazón sano, para que cualquier persona —tenga la edad que tenga— pueda comprenderlo, cuidarlo y sentirse capaz de tomar las riendas. Cuidar el corazón no es un acto médico: es un acto de respeto, de conciencia y de amor hacia uno mismo.
El corazón es un espejo de cómo vivimos: late en función de lo que comemos, cómo dormimos y cómo gestionamos el estrés
A ciertas edades las emociones se viven con más intensidad. ¿De verdad un disgusto puede afectar al corazón? ¿Se puede enfermar de pena?
Sí, absolutamente. Y no es solo una forma de hablar. Existe una condición llamada síndrome del corazón roto —su nombre médico es miocardiopatía de Nanotubo– que puede aparecer tras una emoción muy intensa: la pérdida de un ser querido, una separación, un susto profundo. El corazón, literalmente, cambia de forma y funcionamiento durante unos días, como si se quedara paralizado por el dolor. Por suerte suele ser reversible, pero deja muy claro que nuestras emociones no solo se sienten: también se somatizan. Lo vemos también al revés: la alegría, el amor, el sentido de propósito fortalecen el sistema cardiovascular. Por eso, a cualquier edad, cuidar lo que sentimos es también cuidar el corazón.
¿Cómo influye la soledad –tan frecuente en la tercera edad– en la salud del corazón?
Mucho más de lo que solemos pensar. La soledad no deseada es un factor de riesgo real, comparable al tabaquismo o la hipertensión. En personas mayores puede afectar al apetito, al descanso, al estado de ánimo, y poco a poco se pierde también la energía para cuidarse. Los estudios lo confirman: lo que más influye en nuestra salud y esperanza de vida no es la economía ni el estatus, sino la calidad de nuestras relaciones. Sentirse acompañado, escuchado, parte de algo, puede ser más terapéutico que muchos medicamentos. Estamos hechos para relacionarnos.
¿Cuáles son los principales enemigos del corazón a partir de los 60 años?
Los clásicos, como la hipertensión, diabetes tipo 2, sedentarismo, tabaquismo y obesidad abdominal, siguen encabezando la lista. Pero hoy sabemos que también influyen en la salud del corazón, a partir de los 60, factores menos visibles, como una microbiota alterada, la contaminación o ciertos lípidos como la lipoproteína(a), una partícula parecida al colesterol LDL, conocido como “colesterol malo”. Además, la grasa visceral actúa como un órgano inflamatorio que daña directamente al corazón. Por eso, hacerse chequeos regulares, incluso sin síntomas, es clave.
¿Por qué llama a la hipertensión “el asesino silencioso”?
Porque no da síntomas y no nos damos cuenta… Hasta que provoca algo grave: un ictus, un infarto, una insuficiencia cardíaca. Es fundamental tomarse la tensión con regularidad, sobre todo a partir de los 60 años, aunque uno se sienta bien. Prevenir es siempre mejor que curar.
En una analítica, además del colesterol total, ¿qué otros valores deberíamos tener en cuenta para evaluar nuestra salud cardiovascular a partir de los 60?
A partir de los 60 años, conviene vigilar el colesterol HDL y LDL, los triglicéridos, la glucosa en ayunas y la hemoglobina glicosilada. También la función renal y hepática, y en algunos casos, las hormonas tiroideas. Si hay antecedentes familiares, es útil medir la lipoproteína(a), que es genética. Y no olvidemos algo sencillo y revelador, medir el perímetro abdominal. Según la OMS, el valor máximo saludable del perímetro abdominal es de 88 centímetros en la mujer y 102 en los hombres. Por encima de esas cifra, se considera que hay un exceso de grasa abdominal que aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 e hipertensión. La grasa que más nos interesa vigilar es la que se acumula dentro del abdomen, la grasa visceral, porque es la más peligrosa para el corazón.
Es fundamental tomarse la tensión con regularidad, sobre todo a partir de los 60 años, aunque uno se sienta bien
La diabetes tipo 2 está muy ligada al corazón. ¿Cómo podemos detectarla a tiempo, especialmente en la edad madura?
Con una analítica sencilla. Basta con medir la glucosa en ayunas y la hemoglobina glicosilada para saber si estamos en fase prediabética o ya hay un diagnóstico. La buena noticia es que, si se detecta a tiempo, en la mayoría de los casos puede revertirse con cambios en la alimentación y el ejercicio. Por eso es tan importante no esperar a tener síntomas: cuanto antes lo sepamos, más margen de acción tenemos para proteger también al corazón.
¿Qué es la grasa visceral y por qué es tan peligrosa para el corazón?
Es la grasa que se acumula en el abdomen, rodeando órganos como el hígado o el páncreas. Actúa como un órgano inflamatorio que altera el metabolismo y daña el corazón. A diferencia de la grasa subcutánea, esta sí representa un riesgo cardiovascular serio. Por eso, más que el peso, importa dónde se acumula la grasa. Medir el perímetro abdominal y mantener masa muscular es clave, sobre todo a partir de los 60.
¿Existe también una “grasa buena”, como ocurre con el colesterol?
Sí. No toda la grasa que ingerimos es perjudicial. Las insanas son las trans o ultraprocesadas, presentes en bollería o comida precocinada. Pero las grasas del aceite de oliva virgen extra, el pescado azul, los frutos secos o el aguacate son aliadas del corazón. Incluso las saturadas, como las de la carne o los quesos, pueden consumirse si lo hacemos con moderación. Lo importante es la calidad y el equilibrio general de la dieta.
Las mujeres, a partir de la menopausia, se vuelven más vulnerables a enfermedades cardiovasculares. ¿Por qué ocurre esto y cómo pueden prevenirlo?
Porque los estrógenos han protegido durante años el sistema cardiovascular, mientras tenían la menstruación. Pero al llegar la menopausia y caer esos niveles hormonales, ese escudo natural desaparece y el riesgo se iguala al de los hombres. Incluso, a veces es más difícil de detectar cuando hay un problema. Por eso, el estilo de vida cobra aún más relevancia a partir de esa etapa: seguir una dieta mediterránea, hacer ejercicio regular (especialmente de fuerza para preservar masa muscular), descansar bien, manejar el estrés y vigilar los valores de salud. No se trata solo de vivir más, sino de vivir con calidad, autonomía y energía.
Al llegar la menopausia y caer los niveles de estrógenos, el riesgo de enfermedades cardiovasculares en mujeres se iguala al de los hombres
Sabemos que hay que comer bien, dormir, moverse... ¿Pero hay algún hábito que sea especialmente decisivo después de los 60?
Todos suman, pero si tuviera que destacar uno que suele olvidarse sería el ejercicio de fuerza. Muchas personas mayores lo evitan por miedo o desconocimiento, pero es clave para mantener masa muscular, prevenir caídas, conservar la movilidad y mejorar el metabolismo. Incluso ayuda a controlar la glucosa y el colesterol. No se necesita un gimnasio, ejercicios con el propio peso, gomas o pequeñas pesas en casa pueden ser suficientes. Lo importante es empezar poco a poco, con constancia. El músculo es salud, especialmente en esta etapa de la vida.
¿Recomienda la siesta? ¿Puede beneficiar al corazón?
Sí, siempre que se haga con moderación. Lo ideal es dormir bien por la noche —unas 7 u 8 horas—, pero si no se ha descansado, una siesta breve puede ser muy reparadora. Se recomienda que no supere los 30 minutos y que no sea demasiado tarde, para no alterar el sueño nocturno. Hecha con sentido, puede mejorar el estado de ánimo, reducir el estrés y ayudar al corazón a “recargar baterías”.
Usted trata a muchas personas que han vivido un infarto o un gran susto. ¿Qué cambia en ellos después?
Cambia mucho. Para muchos pacientes, ese susto se convierte en una llamada de atención, incluso en una segunda oportunidad. Se cuidan más, toman sus medicamentos con rigor, siguen las pautas y hacen preguntas. La conciencia de que el corazón ha fallado los vuelve más proactivos y responsables. Es como si, de pronto, pusieran en el centro algo que antes daban por hecho.
¿Qué le diría a una persona mayor que ha perdido la confianza en su cuerpo tras una enfermedad del corazón?
Que ese miedo es natural y que no significa debilidad. Después de un infarto o una intervención, es normal sentirse frágil, desconfiar del cuerpo, preguntarse si podrá volver a hacer cosas cotidianas. Muchos pacientes me consultan con temor: “¿Puedo subir escaleras?”, “¿Puedo caminar solo?”. Esa inseguridad es parte del proceso… Pero también lo es la recuperación. El cuerpo tiene memoria, sí, pero también una enorme capacidad de adaptarse y regenerarse si lo tratamos con paciencia y cariño. Con la información adecuada, el apoyo médico y pequeños retos progresivos, es posible volver a confiar. Paso a paso. El corazón, cuando se siente cuidado, responde. Y volver a moverse sin miedo es también volver a vivir.